3/12/10

LA HIJA DEL DOCTOR

Cuando nací mi padre ya ejercía su profesión de médico y vivíamos en una casa adonde había instalado su consultorio. Este se conectaba a través de una puerta con la cocina, mientras que la sala de espera limitaba con el comedor y el dormitorio donde dormíamos mi hermana y yo. Debe haber sido por esto que contrajimos todas las eruptivas. Cuando mi padre no estaba nos gustaba jugar en la sala de espera y nos fascinaba revisar los cajones, las latas con algodón y prender y apagar el megatoscopio de aquel consultorio. También teníamos bien identificados a los maletines y cajones con llaves, que no debíamos tocar.
Mi padre atendía de lunes a viernes por la tarde, así que el sonido del timbre de aquella vivienda fue una melodía frecuente en mi infancia. Entre los miembros de la familia debíamos respetar ciertos códigos, el toc toc en la puerta de la cocina significaba que nos estábamos zarpando con el griterío. La sala de espera llena era un motivo de diversión, sobre todo en las aburridas tardes de verano. A mi hermana y a mí nos gustaba abrir y cerrar la puerta de esa sala rápidamente para que los pacientes no vieran quiénes los espiaban, al menos nosotras creíamos que no nos veían, y a veces nos peleábamos por mirar por el agujerito de la cerradura, y de tanto empujón la puerta se abría de golpe y alguna de las dos aterrizaba en la sala. Algunas tardes me iba a charlar con la gente y hasta me hice algunos amigos allí.
En el barrio todos nos conocían como las hijas del Doctor y esto nos traía ciertas ventajas. Por ejemplo la señora del kiosco de la esquina nos dejaba pasar las tardes en su local, donde revolvíamos todos los estantes del lugar, mientras preguntábamos el precio de cada cosa. Además con gran disimulo hurtábamos los chicles Belfort de la caja de la vidriera (aunque la pelota gomosa que se formaba en nuestra boca era inocultable). Un día la señora riendo le confesó a mi padre que ella se daba cuenta de la cantidad de chicles de Cañito y Firulete que le faltaban al finalizar el día.
Como todos los hijos de médico de aquella época batimos récords de asistencia a bautismos, cumpleaños de 15 y casamientos y mi padre estableció el record Guiness bailando el vals. Incluso en una de estas celebraciones se enredó en el vestido de la novia y la dupla novia-doc terminó estrellada contra el piso. Gracias a todas estas fiestas armamos una gran colección de tarjetas de invitación y souvenirs de todos los colores.
Mi padre trabajaba mucho, tenía una gran vocación de servicio, y solía verlo en las horas del almuerzo, la cena y cuando me llevaba o iba a buscar al colegio. La mayoría de los fines de semana los pasaba en casa, aunque los domingos también salía a hacer domicilios. Siempre andaba de un lado al otro con su auto destartalado de tanto recorrido. A veces éramos las últimas en ser retiradas del colegio y en aquella época ningún docente se quedaba esperando al padre que llegaba tarde, directamente cerraban la puerta y te dejaban en la calle.
Era un hombre muy preocupado en cumplir con su función de padre y en mostrarnos el camino a seguir (típico de aquella generación). Para el un traspiés podía significar el camino ineludible hacia una vida plagada de fracasos. Las manifestaciones de afecto eran indirectas, nos compraba un libro o nos dejaba algún texto escrito a mano en una hoja de recetario que copiaba de sus libros, aunque no era muy solemne que digamos.
Cuando empecé a estudiar medicina experimentó un DEJA VU intenso. Cada prueba que tenía que rendir la vivía como una experiencia propia, así que además de soportar mis nervios tuve que sobrellevar los agregados. El día de mi examen final cambió sus horarios para estar allí. Cuando salí del aula recién recibida le dije con tono áspero:”Viste terminé ¿estás contento?” El me abrazó y creo que se agarró de mí para no desmoronarse de la emoción.
Ya se cumplieron 15 años de la partida inesperada del viejo. Muchos de sus pacientes se sintieron bastante perdidos a la hora de encontrar otro médico. Durante dos años el teléfono siguió sonando con gente que que llamaba preguntando por él , ya que desconocían lo que había ocurrido. Mientras tanto mi hermana y yo elaborábamos el duelo del padre que se fue de manera repentina, dejando olvidada su maleta llena de aciertos y errores.
Durante años soñé que su deceso había sido una equivocación, que lo encontraba vivo en la calle o en el hospital o que sus amigos médicos habían encontrado la manera de traerlo de vuelta a la vida. La última vez que apareció en mis sueños estaba parado en una esquina, su cara se veía alegre y radiante y al darse cuenta que lo miraba me hizo un gesto para indicarme que todo estaba bien y me saludó con la mano. A partir de ese día no volví a soñar con él, creo que de una vez por todas lo dejé ir. Con el se fue una parte mía que fue reemplazada por una pieza más real y definitiva, que terminó de completar a la mujer del presente. Seguramente algunos me recordarán como la hija del Doctor, otros como la doctora, aunque la que cuenta esta historia es la hija de Norberto.

3 de Diciembre: Día del Médico (Argentina)

1 comentario:

  1. feliz día del médico Connie. A vos y a todos los que elijieron el duro oficio de curar

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