18/8/11

¿ME LO ABRÍS? GRACIAS

Mi madre comenta que mi parto fue complicado y prolongado. Por suerte esto no me trajo grandes problemas, salvo en el área cerebral que interpreta las instrucciones para abrir los envases. No se mis queridos lectores si uds tendrán el mismo defecto, pero yo nunca, pero nunca entiendo que me indica esa flecha curva que aparece en el costado de la abertura de los paquetes. Si dice tire yo empujo, por este motivo es común que a la rampa metálica de la sal gruesa se le desmoronen las paredes que la sostienen. Y pobre el cocinero desprevenido que desconoce quien lo abrió, seguro que termina con media caja derramada en el agua de los fideos. Así que si son hipertensos, mejor vayan a cenar a la casa de otro.
Y no seré feliz abriendo envases pero tengo marido, y luego de casi 10 años de convivencia no hace falta que le diga nada. Paquete nuevo que baja de la alacena a mis manos, va directo a las de mi esposo que dice:" dame".
El tema era cuando el no estaba. Recuerdo que cuando me mudé sola me compré una lata de galletitas alemanas, re linda con florcitas que tenía una tapa de chapa con un sistema para abrirla como el de las latas de coca cola. Pero era alemana... y tenía las instrucciones para jalar del pituto ese en ese idioma que no entiendo, tiraba y enterraba el dedo pero no se hacia pocito y no se movía. Como el té se enfriaba empecé a transpirar e intenté abrirla golpeando en el borde de la mesada, pero nada, así que no quedó otra que tomar el abrelatas y miren si mi torpeza llegará lejos que los enganché al revés y la lata se abrió por las caras laterales. Parecía que el lobizón la hubiera abierto a dentelladas. Pobre latita, tan romantic, nunca llegó a ser un objeto decorativo de aquella cocina pelada, de mina recién mudada. Y después adiós al uno a uno y anda a comprar lata de galletitas alemanas.
También tengo serios problemas cuando hay que dar cuerda a un juguete de la nena o con los timers esos que se usan en la cocina, siempre los giro para el lado contrario. Lo mismo con los frascos de mermelada que se abren metiendo el cuchillito debajo de la muesca (uds me entienden), las bolsitas de condimentos con cierre hermético (las hago mierda por debajo de la línea de puntos y después se humedece el orégano). Y lo peor es con las puertas de los baños públicos, esas que tienen ruedita que dice abierto/cerrado y ahí si que me desespero un poquito porque ya no me da el volumen corporal para salir por debajo de la puerta y no hay donde sentarse para razonar como funciona el sistemita.
Otra dificultad se presenta con el sachet de mayonesa ese sin tapita que se abre cortando la puntita, yo lo agarro con la cuchilla que suele estar más a mano que la tijera. Querés maYYYYonesa, tomá!!!! Los 250 ml se van en una sola milanesa. El problema es cuando mi cónyuge sufre las consecuencias y meneando la cabeza de un lado al otro exclama: "¡Nooooooooooo, no podés ser tan bestia, mira lo que es esto! (mientras mira absorto el copo amarillo de mayo que es más grande que una torta de Maru Botana). Y yo le contesto: "bueno che no me retes, es un defecto de nacimiento".

7/6/11

EL CONTAINER HOGAREÑO

Todos en nuestros hogares tenemos algún objeto decorativo que nunca cumplió con esa función y que con el tiempo quedó degradado al útil pero tan poco glamoroso papel de container. Antiguamente nuestras madres lo llamaban centro de mesa. Son pocas las casas donde falta algún receptáculo para acumular todas esas porquerías pequeñas e inclasificables que no tienen lugar ni en el costurero, ni en la caja de herramientas o incluso en el portacosméticos. Esos objetos irritantes que aparecen en medio de la mesa del living o del comedor después de que diste vuelta la casa y te quedó limpita y perfumada, y que hacen que te preguntes: “¿adónde carajo pongo esto?” Con estos términos trato de explicar el fastidio que me provocan encontrarlos después de haber ordenado todo. Algunas personas en vez de usar el centro de mesa tiran todo adentro de un cajón, hasta que llega el día en que ya no cierra, y hay que ponerse a acomodar y clasificar.

En mi casa el container es una panera divina de estructura metálica con una tela que se engancha y abrocha y que se puede sacar para lavar. La pobre nunca cumplió con la función de llevar el pan a la mesa, porque rápidamente quedó reducida al rol de receptáculo doméstico.

Aquí un listadito de todas las porquerías inútiles que acumulo en ella:

Un tornillo, algún pequeño objeto de encastre o una tuerca, ese que está tirado en el piso o la mesa y no te atrevés a deshacerte de él por miedo a que sea parte de alguno de los arreglos que tu marido dejó inconcluso. Tampoco lo ponés en la caja de herramientas porque después seguro que no lo encuentra. Y vos no querés ser la culpable de que después no haya otro igual y no sabe la medida, por eso por las dudas lo arrojás al container para evitar conflictos maritales o que te pase lo mismo que a ese muchacho que arrojó el famoso pituto al inodoro, glup, glup.

Los juguetitos de la piñata que la nena trae de los cumpleaños. Vos gastás fortunas en las miniaturas littlest petshop o los pequeños pony, pero la chiquita igual se empeña en juntar esas porquerías y traerlas a casa. Es capaz de noquear a alguien de un codazo para acaparar más, y cuando termina la fiesta te los muestra como si fueran monedas de oro. Debo confesar que yo los tiró aunque siempre se renuevan. Menos mal que ya cumplió 8 y ya no ponen tanta piñata.

Los papelitos del los saldos del cajero, si, yo los guardo así no me entra la duda si falta o no falta, cuanto dejé la última vez y evito la expresión: ¡pero si deje más! ¿qué mierda me descontaron ahora?, etc.

Los cargadores de los celulares, el container es la garantía para encontrarlos con facilidad, sino cagaste.

Los moñitos de la bombacha. Esos que pinchan porque no se con qué mierda de hilo los cosen y los arrancás por el prurito que provocan. Y aunque digas un día de estos lo vuelvo a coser, ya sabés que moñito que se sale del calzón nunca vuelve.

Las etiquetitas que vienen enganchadas en la ropa nueva. Últimamente vienen con alfiler de gancho y todo, y las de ropa de nena tienen ilustraciones tan lindas que te da pena tirarlas. Yo tuve unas de Pucca dando vueltas como 1 año, hasta que finalmente me deshice de ellas.

Un señalador del año del orto que te regaló tu amiga con el libro de Elsa Bornemann y vos por el tema de la nostalgia no lo querés tirar ¡ Y qué frase! Shakespeare se vació las órbitas para no leer: “Dos claveles en el agua no se pueden marchitar, dos amigos que se quieren no se pueden olvidar”.

La lapicera que palmó y no tiene más repuesto aunque en la punta tiene una cabecita loca de smile tan linda y simpática que da pena eliminarla.

Una llave que no sabés que candado, diario íntimo o puerta abre, pero bueno de algún lado salió y podés llegar a precisarla.

El par de la gomita del pelo de la nena, ese que no encontrabas hacia tiempo.

La escarapela, esa siempre queda ahí archivada en el container después del mes de Julio.

Boletitas chiquitas del estacionamiento, del cafecito en el bar, que no sabés por qué corno no fueron derechito a la basura.

Y no se me ocurre ninguna más aunque siempre hay espacio para una nueva.Y bueno, como podrás ver te abrí la puerta de mi container. Habría que ver si se podría elaborar un test para sacar el perfil de personalidad de acuerdo a las porquerías insignificantes que acumulás en el receptáculo y que poco tienen que ver con aquellas pequeñas cosas a las que les canta Serrat.

Y animate, contame todas las cositas que tenés en el tuyo, así no me siento tan sola con esta vocación de basurera.

18/4/11

UN AÑO



Hoy mi blog cumple un año, desde aquel primer texto que publiqué "Mi Hija, los Anteojos y la Mujer Maravilla", así que hoy tiramos el blog por la ventana y sumamos un motivo más para celebrar. Ahí vamos, cerrando el año con 24 entradas, el blog es solo una excusa para seguir escribiendo. Gracias a todos los que me siguen aquí o a través del Facebook.

11/2/11

EL PAÑUELO

Cuando era chica y me pegaba algún mamporro, mi abuela se acercaba, me tomaba de la mano y me llevaba hacia la escalera del patio. Luego se sentaba a mi lado y del bolsillo sacaba un pañuelito perfumado con colonia. Así con los ojos nublados por las lágrimas veía su mano extendida y un pañuelo apoyado en la palma. El perfume y el estampado floreado de ese pedacito de tela hacían que el dolor pase más rápido. Si no estaba el de la abuela, estaban los del abuelo, que siempre llevaba en el bolsillo del saco. Estos eran más grandes, con un trama de rayas que formaban un marco por dentro de los bordes y de colores sobrios, bastante aburridos.

Actualmente el pañuelo de bolsillo cayó en desuso, mi hija nunca vio uno y con toda naturalidad seca sus lágrimas con el famoso papel tissue, tan insípido, inodoro y descartable.

En las épocas de la infancia todos usábamos pañuelo, era una parte importante de la indumentaria. Las abuelas no salían de su casa sin guardarlo en el bolsillo o la cartera, siempre perfumado con colonia de aromas frutales o de rosas. Los días de semana optaban por los de estampado floreado con un ribete colorido, y para las celebraciones elegían los de seda o batista con puntillas y letras bordadas a mano. Cuando alguna de las mujeres de la casa lloraba a escondidas, el pañuelo estrujado dentro del puño siempre las delataba y era una parte esencial en la escena. Nunca faltaba un pariente que te los regalaba en los cumpleaños, navidades o la víspera de reyes, así que no teníamos que ir a la tienda para comprarlos.

Por las mañanas, antes de salir para la escuela, mi mamá me acomodaba el moquero en el bolsillo del blazer, sobre todo en los meses fríos. Durante los primeros años la maestra nos obligaba a limpiarnos con él, con bastante descuido lo guardábamos hecho un bollo en el fondo del bolsillo, y con el paso de los días se convertía en una pelota almidonada. Con el tiempo adquirimos mayor entrenamiento, usar el pañuelo correctamente era todo un arte. Había que aprovechar cada uno de sus rincones y plegar las partes mojadas para que no se vean los mocos cuando lo volvíamos a sacar. Cuando el llanto te tomaba por sorpresa nunca faltaba un amigo que te extendía su moquero. Ahí te dabas cuenta de cuanto le importabas. También era el contenedor de los dientes de leche que se caían fuera de casa o la venda para cohibir alguna hemorragia, sobre todo las de la nariz o de los cortes en las rodillas.

Ahora solo tengo algunos pañuelos de seda guardados en una lata dentro del ropero. Siempre están perfumados y los envuelvo en mi cuello en los días fríos. Mi hija los usas para jugar. Le encanta bailar con ellos, pasarlos por su pelo y su cara o usarlos para vestir a algún muñeco. Mientras la miro, pienso en ese pedacito de tela, que envuelve, abraza y abriga, un objeto de consuelo y cuidado amoroso, una curita pasajera para el alma. Será por eso que los extraño tanto. Tal vez todos deberíamos llevar un pañuelo perfumado en el bolsillo, como un recordatorio de que en alguno de esos momentos en que la vida dolió, alguien no dudó y nos cedió su pañuelo.

24/1/11

LA ENCANTADORA DE GATOS


En la última mudanza, el señor que vino a colocar el aire acondicionado encontró en un techo a mi gata, que en aquél momento no tendría mas de un mes. El la depositó en mis brazos y me dijo: señora, encontré esto. Cuando la agarré me mordió y creo que aquel gesto definió nuestra relación para siempre.
Ahora esa bola de pelos es nuestra mascota. Yo siempre fui la chica de los perros, aunque en mi casa de la infancia nunca faltaron gatos ya que en el barrio sabían que si tiraban las crías en la puerta de los ciancia nadie les iba a dar la espalda. Pero a pesar de haber criado gatos a mamadera, siempre me incliné por la especie canina. A mi gata no le caigo muy simpática y no tiene problemas en hacérmelo saber. Puedo estar horas llamándola para hacerle un mimo que la muy desgraciada no aparece, aunque tan solo basta que mi marido chasquee los dedos para que ella se presente a toda carrera. A veces cuando quiero tocarla se escapa y una vez que logro alcanzarla me hace sentir que no tengo una energía que a ella le agrade, y con un aire de superioridad me demuestra que mejor reserve esos gestos para los perros. Y ni que hablar cuando la alzo y la estrujo, no saben el esfuerzo que hace para librarse de mí. A veces cuando estamos acostados en la cama se sube a mi espalda y me amasa ronroneando mientras mi marido la acaricia. Y mejor que no me mueva o emita sonido alguno porque enseguida se retira, dejando bien claro que solo me utiliza como fiaca.
En la casa de mi marido tampoco faltaron las mascotas pero tanto él como mi suegra siempre se inclinaron por los felinos. Mi suegra con los gatos establecía un vínculo pocas veces visto. Cuando salía a la puerta del jardín, chasqueaba los dedos y rápidamente aparecía alguno de sus compañeros gatunos. Era impresionante la lealtad que le mostraban estos mininos. Durante sus últimos años no la pasó muy bien por una enfermedad bastante penosa, así que solía sentarse en un sillón cuando estaba muy dolorida, y nunca faltaba un gato en el respaldo. Ahí el pequeño felino permanecía recostado todo el tiempo que hiciera falta y si la veía mal le apoyaba la pata en la cara, como si intentara animarla. Creo que mi marido heredó ese don de su madre, debe ser algo familiar ya que la bola peluda de ojos amarillos lo adora. Los días que vuelve tarde lo espera en la puerta, quince minutos antes de que llegue, parece que supiera el horario de memoria o lo escuchara regresar a la distancia. Cuando abre la puerta los recibe con su cola de zorro erguida y comienza a caminar alrededor de sus piernas. Luego le dedica una sinfonía de pppprrrrrrrrrrr y se pone panza arriba para que la acaricie. También le contesta mientras el le habla con miaus apagados o prrrr, prrr, prrr. A la hora del cepillado solo deja que el lo haga. Algunos días opta por largas siestas pero tan solo basta que el vuelva para que se despierte y lo acompañe a la hora de la cena, sentada a su lado en una de las sillas del comedor. También suele mostrar simpatía por mi hija, que la alza y la incorpora en sus juegos y puede pasarse varias horas mirando lo que hace, fiel a su compañera humana.
Como verán parece que soy la única de la familia a la que aborrece. Si algo aprendí en estos años es que estos cuadrúpedos con estilo no pierden el tiempo con las personas que no creen en ellos. Parece que dijeran: y si no me tienen fe, jódanse. Nada puedo hacer contra su antipatía. Últimamente logre algunos avances y en contadas ocasiones dejó que la acaricie la cabeza, pero me obliga a mantener cierta distancia. Y seguiré participando, quizás algún día me convierta en la encantadora de gatos, tan solo debo dejar que ella me marque el ritmo mientras sigue llevando las riendas de nuestra relación.


10/1/11

COINCIDENCIAS

Nuevamente gracias hija...

El altillo de mi casa fue invadido por un roedor. Por las noches cuando los ruidos desaparecen se pone a escarbar y correr sin parar y no nos deja dormir. Mi gata sentada en una mesita monta guardia, cosa que le pone paños fríos al rechazo que me provocan estos dientudos. Hoy con mi marido abrimos los taparrollos y colocamos cebitos en las vigas del entretecho para envenenar al intruso/a. Mi hija observó el procedimiento desde lejos mientras se aflojaba uno de sus incisivos superiores. Luego de unas horas se acercó al padre con su diente colgando de un hilito raquítico que lo sostenía en su lugar. Mi esposo le dijo: “Dale, pegale un tironcito que ya sale” y ella respondió: “es que tengo miedo”. El la consoló y le dijo que no le iba a doler, pero ella aclaró: “No paa, tengo miedo que el ratón Perez se coma los cebitos cuando venga a buscar mi diente”. En un rapto de lucidez, ya que vengo entrenada en estas fechas con tantas preguntas acerca de los Reyes y papá Noel, me sumé a la charla y le dije que el ratón Perez era inmortal, que se llevó los dientes de todos (incluso los de la abuela) y que nada podía hacerle daño. Y aunque algunos afirman que no conviene agrandar la fábula, después de todo mi respuesta no fue tan mentirosa, ya que creo de corazón que el ratón, los reyes y papá Noel simbolizan esa magia que va y viene, pero que nunca deja de estar presente en nuestras vidas. Tener un niño cerca (hijos, sobrinos, nietos, alumnos) nos permite traerla de vuelta desde aquel rincón olvidado en el que se echó a dormir. Eso si, cuando se despierta hay que recibirla con los brazos bien abiertos, para que siempre regrese y que su descanso no se vuelva eterno. Y ahora que la tengo tan despabilada sentada en mi hombro me pregunto si no es Perez el que se instaló en nuestra casa por adelantado debido a que con el éxodo de las vacaciones ya no tiene muchos pedidos. Tal vez al verse amenazado nos denuncia en alguna asociación proteccionista. Mmmmmmmmh, seguramente mi marido y yo pasaríamos a ser los villanos del cuento por intentar dejar a toda una generación de niños sin el ratón recolector de dientes. Quizás una solución más feliz hubiera sido pegarle un tubazo al flautista al 0-800- HAMELIN, no les parece?

7/1/11

LA MEJOR DE TODAS


El domingo 30 de agosto de 2010 se instaló el monumento a Mafalda en Chile y Defensa, barrio de San Telmo. Qué emoción…hace más 30 años que adoro a este personaje. Todo comenzó en tercer grado, cuando un compañero la leía en clase a escondidas y no podía parar de reír. Así fue como empecé a pedir los libritos en casa, porque yo quería reír como él. Recuerdo que en ese momento las habían sacado de la venta, no se conseguían, cosa que no era de extrañar en aquella época. Pero yo insistí y rompí tanto los quinotos que mi padre a través de un amigo, que vendía libros usados, me los fue trayendo de a poco. Alrededor de 1979 se levantó la prohibición y aparecieron en los kioscos los libritos de ediciones de la Flor. Ahí fue cuando pude completar mi colección. A pesar que no entendía nada de los chinos o Vietnam, Mafalda me atrapó. Leí cada librito miles de veces y nunca me cansé, así como mi hija mira sus pelis favoritas una y otra vez. Tenía los chistes grabados en la memoria como si tuviera un casete, y siempre que podía los incorporaba en alguna conversación… A veces imaginaba que me metía dentro de las tiras. Esas que mostraban la plaza, la escuela, el edificio de departamentos donde ella vivía y el viejo almacén de Manolito. Hace poco recorrí su barrio y de alguna manera mi sueño se convirtió en realidad. Ahora con mi hija planeamos hacer un tour por el lugar para que ella pueda sacar sus primeras fotos con mi vieja cámara que se convirtió en su nueva adquisición.
Mis chistes preferidos eran los de la playa donde conoció a Miguelito y Libertad y siempre recibía con alegría la llegada de un nuevo personaje. A pesar de que yo crecí y ella se mantuvo siempre niña, estos libritos se trasladaron conmigo en las vacaciones y en todas mis mudanzas. Ahora los leo con mi hija y supongo que las seguiré leyendo mientras esté lúcida. Y nunca faltan estos chistes en mis publicaciones del caralibro. Ya debo tener a todos podridos con este personaje, como cuando era chica. Aunque quién se le resiste, eh?
Hace unos meses, mi mamá encontró en su casa mi vieja muñeca Mafalda de Rayito de Sol. Yo que la creía perdida, ya estaba lista para comprarla en uno de esos locales que venden muñecos de colección. Pero por suerte la tengo de vuelta en mi casa y bien vigilada para que mi hija no se la apropie (por ahora), aunque se que en el futuro va a ser uno de los tesoros más preciados que le voy a heredar.
Sería injusto no nombrar a su autor Joaquín Salvador Lavado alias Quino por la originalidad y la magia de esta tira…tan nuestra…esa que recupera una parte de nosotros…esa que agradecemos encontrar en otro idioma, en algún lugar, lejos de casa. Gracias por compartirla con todos… y dejar que la sienta tan mía. Mafalda la niña sabia, la mejor de todas.