24/1/11

LA ENCANTADORA DE GATOS


En la última mudanza, el señor que vino a colocar el aire acondicionado encontró en un techo a mi gata, que en aquél momento no tendría mas de un mes. El la depositó en mis brazos y me dijo: señora, encontré esto. Cuando la agarré me mordió y creo que aquel gesto definió nuestra relación para siempre.
Ahora esa bola de pelos es nuestra mascota. Yo siempre fui la chica de los perros, aunque en mi casa de la infancia nunca faltaron gatos ya que en el barrio sabían que si tiraban las crías en la puerta de los ciancia nadie les iba a dar la espalda. Pero a pesar de haber criado gatos a mamadera, siempre me incliné por la especie canina. A mi gata no le caigo muy simpática y no tiene problemas en hacérmelo saber. Puedo estar horas llamándola para hacerle un mimo que la muy desgraciada no aparece, aunque tan solo basta que mi marido chasquee los dedos para que ella se presente a toda carrera. A veces cuando quiero tocarla se escapa y una vez que logro alcanzarla me hace sentir que no tengo una energía que a ella le agrade, y con un aire de superioridad me demuestra que mejor reserve esos gestos para los perros. Y ni que hablar cuando la alzo y la estrujo, no saben el esfuerzo que hace para librarse de mí. A veces cuando estamos acostados en la cama se sube a mi espalda y me amasa ronroneando mientras mi marido la acaricia. Y mejor que no me mueva o emita sonido alguno porque enseguida se retira, dejando bien claro que solo me utiliza como fiaca.
En la casa de mi marido tampoco faltaron las mascotas pero tanto él como mi suegra siempre se inclinaron por los felinos. Mi suegra con los gatos establecía un vínculo pocas veces visto. Cuando salía a la puerta del jardín, chasqueaba los dedos y rápidamente aparecía alguno de sus compañeros gatunos. Era impresionante la lealtad que le mostraban estos mininos. Durante sus últimos años no la pasó muy bien por una enfermedad bastante penosa, así que solía sentarse en un sillón cuando estaba muy dolorida, y nunca faltaba un gato en el respaldo. Ahí el pequeño felino permanecía recostado todo el tiempo que hiciera falta y si la veía mal le apoyaba la pata en la cara, como si intentara animarla. Creo que mi marido heredó ese don de su madre, debe ser algo familiar ya que la bola peluda de ojos amarillos lo adora. Los días que vuelve tarde lo espera en la puerta, quince minutos antes de que llegue, parece que supiera el horario de memoria o lo escuchara regresar a la distancia. Cuando abre la puerta los recibe con su cola de zorro erguida y comienza a caminar alrededor de sus piernas. Luego le dedica una sinfonía de pppprrrrrrrrrrr y se pone panza arriba para que la acaricie. También le contesta mientras el le habla con miaus apagados o prrrr, prrr, prrr. A la hora del cepillado solo deja que el lo haga. Algunos días opta por largas siestas pero tan solo basta que el vuelva para que se despierte y lo acompañe a la hora de la cena, sentada a su lado en una de las sillas del comedor. También suele mostrar simpatía por mi hija, que la alza y la incorpora en sus juegos y puede pasarse varias horas mirando lo que hace, fiel a su compañera humana.
Como verán parece que soy la única de la familia a la que aborrece. Si algo aprendí en estos años es que estos cuadrúpedos con estilo no pierden el tiempo con las personas que no creen en ellos. Parece que dijeran: y si no me tienen fe, jódanse. Nada puedo hacer contra su antipatía. Últimamente logre algunos avances y en contadas ocasiones dejó que la acaricie la cabeza, pero me obliga a mantener cierta distancia. Y seguiré participando, quizás algún día me convierta en la encantadora de gatos, tan solo debo dejar que ella me marque el ritmo mientras sigue llevando las riendas de nuestra relación.


10/1/11

COINCIDENCIAS

Nuevamente gracias hija...

El altillo de mi casa fue invadido por un roedor. Por las noches cuando los ruidos desaparecen se pone a escarbar y correr sin parar y no nos deja dormir. Mi gata sentada en una mesita monta guardia, cosa que le pone paños fríos al rechazo que me provocan estos dientudos. Hoy con mi marido abrimos los taparrollos y colocamos cebitos en las vigas del entretecho para envenenar al intruso/a. Mi hija observó el procedimiento desde lejos mientras se aflojaba uno de sus incisivos superiores. Luego de unas horas se acercó al padre con su diente colgando de un hilito raquítico que lo sostenía en su lugar. Mi esposo le dijo: “Dale, pegale un tironcito que ya sale” y ella respondió: “es que tengo miedo”. El la consoló y le dijo que no le iba a doler, pero ella aclaró: “No paa, tengo miedo que el ratón Perez se coma los cebitos cuando venga a buscar mi diente”. En un rapto de lucidez, ya que vengo entrenada en estas fechas con tantas preguntas acerca de los Reyes y papá Noel, me sumé a la charla y le dije que el ratón Perez era inmortal, que se llevó los dientes de todos (incluso los de la abuela) y que nada podía hacerle daño. Y aunque algunos afirman que no conviene agrandar la fábula, después de todo mi respuesta no fue tan mentirosa, ya que creo de corazón que el ratón, los reyes y papá Noel simbolizan esa magia que va y viene, pero que nunca deja de estar presente en nuestras vidas. Tener un niño cerca (hijos, sobrinos, nietos, alumnos) nos permite traerla de vuelta desde aquel rincón olvidado en el que se echó a dormir. Eso si, cuando se despierta hay que recibirla con los brazos bien abiertos, para que siempre regrese y que su descanso no se vuelva eterno. Y ahora que la tengo tan despabilada sentada en mi hombro me pregunto si no es Perez el que se instaló en nuestra casa por adelantado debido a que con el éxodo de las vacaciones ya no tiene muchos pedidos. Tal vez al verse amenazado nos denuncia en alguna asociación proteccionista. Mmmmmmmmh, seguramente mi marido y yo pasaríamos a ser los villanos del cuento por intentar dejar a toda una generación de niños sin el ratón recolector de dientes. Quizás una solución más feliz hubiera sido pegarle un tubazo al flautista al 0-800- HAMELIN, no les parece?

7/1/11

LA MEJOR DE TODAS


El domingo 30 de agosto de 2010 se instaló el monumento a Mafalda en Chile y Defensa, barrio de San Telmo. Qué emoción…hace más 30 años que adoro a este personaje. Todo comenzó en tercer grado, cuando un compañero la leía en clase a escondidas y no podía parar de reír. Así fue como empecé a pedir los libritos en casa, porque yo quería reír como él. Recuerdo que en ese momento las habían sacado de la venta, no se conseguían, cosa que no era de extrañar en aquella época. Pero yo insistí y rompí tanto los quinotos que mi padre a través de un amigo, que vendía libros usados, me los fue trayendo de a poco. Alrededor de 1979 se levantó la prohibición y aparecieron en los kioscos los libritos de ediciones de la Flor. Ahí fue cuando pude completar mi colección. A pesar que no entendía nada de los chinos o Vietnam, Mafalda me atrapó. Leí cada librito miles de veces y nunca me cansé, así como mi hija mira sus pelis favoritas una y otra vez. Tenía los chistes grabados en la memoria como si tuviera un casete, y siempre que podía los incorporaba en alguna conversación… A veces imaginaba que me metía dentro de las tiras. Esas que mostraban la plaza, la escuela, el edificio de departamentos donde ella vivía y el viejo almacén de Manolito. Hace poco recorrí su barrio y de alguna manera mi sueño se convirtió en realidad. Ahora con mi hija planeamos hacer un tour por el lugar para que ella pueda sacar sus primeras fotos con mi vieja cámara que se convirtió en su nueva adquisición.
Mis chistes preferidos eran los de la playa donde conoció a Miguelito y Libertad y siempre recibía con alegría la llegada de un nuevo personaje. A pesar de que yo crecí y ella se mantuvo siempre niña, estos libritos se trasladaron conmigo en las vacaciones y en todas mis mudanzas. Ahora los leo con mi hija y supongo que las seguiré leyendo mientras esté lúcida. Y nunca faltan estos chistes en mis publicaciones del caralibro. Ya debo tener a todos podridos con este personaje, como cuando era chica. Aunque quién se le resiste, eh?
Hace unos meses, mi mamá encontró en su casa mi vieja muñeca Mafalda de Rayito de Sol. Yo que la creía perdida, ya estaba lista para comprarla en uno de esos locales que venden muñecos de colección. Pero por suerte la tengo de vuelta en mi casa y bien vigilada para que mi hija no se la apropie (por ahora), aunque se que en el futuro va a ser uno de los tesoros más preciados que le voy a heredar.
Sería injusto no nombrar a su autor Joaquín Salvador Lavado alias Quino por la originalidad y la magia de esta tira…tan nuestra…esa que recupera una parte de nosotros…esa que agradecemos encontrar en otro idioma, en algún lugar, lejos de casa. Gracias por compartirla con todos… y dejar que la sienta tan mía. Mafalda la niña sabia, la mejor de todas.