El hombre latoso es la versión loser del acosador. A diferencia de este último que abusa de su posición de poder, el latoso es muy raro que lo tenga. Pero no hay que dejarse engañar porque en realidad es un lobo disfrazado de cordero. También es torpe, poco sutil y su obviedad hace que siempre se vea desagradable, por más buen mozo que sea. Este espécimen del sexo masculino desterró de su diccionario de bolsillo la palabra autocrítica y le funciona mal el sensor del desprecio femenino. Así es que cuando el dispositivo recibe algún estímulo de rechazo, en él se desencadena una respuesta paradojal (distinto al que experimenta cualquier ser humano normal); con esto lo que quiero decir es que cuando una mujer lo rechaza, el más se empecina en la conquista. Habitualmente este pelma es casado con una mujer un tanto andrógina y mucho más exitosa que el en el ámbito laboral. Por esta razón, para paliar esa angustia arma fábulas e inventa hazañas sexuales que se nutren de las fantasías que le generan las jovencitas con las que chatea. Siempre busca tener una amplia platea femenina que lo escuche y entre medio de sus relatos intenta investigar las fantasías y preferencias más íntimas de sus interlocutoras.
Sin embargo, a pesar del bofetazo este hombre no escarmienta y permanece tranquilo solamente por unas pocas semanas. Cuando nota que ya te olvidaste del episodio vuelve a la carga con el el cafecito en mano. Pero como nota que tu guardia esta alta y no logra que le confíes tus secretos mejor guardados, te empieza a menospreciar. Y te dice que tu postura en la vida esta equivocada. Cuando no logra obtener detalles de tu intimidad, porque es su tema recurrente, te acusa de mojigata o frígida. Así es como se convierte en tu pesadilla diaria, lo peor es que no podés dejar de hablarle por el bendito trabajo en equipo. En esa cercanía aprovecha para apoyar sus dedos en la cicatriz que tienes debajo de la nariz y haciendo gala de un timbre de voz viríl te dice: “Que tenes ahí?” o te pone una mano en el hombro o la cintura, o te acaricia la cara cuando puede. Y cuando la profesión se había convertido en lo único estable en tu vida, notas que el latoso logra que te arrepientas de haber obtenido el título y el empleo actual. Lo peor de todo es que nunca se ausenta, nunca enferma; y todas las mañanas escuchas sus patéticos relatos con las bobas de la oficina que le hacen creer que tiene gracia y carisma. Siempre jocoso y optimista. No te queda otra que dejarte las orejeras puestas en los días de invierno, para evitar el sonido de su voz, y en verano los tapones de silicona de la clase de natación del día anterior.
A medida que el tiempo transcurre ya no podes tolerar su presencia. Y empiezas a pensar que quizás sería más saludable trabajar de cajera en el parripollo de la esquina, y colgar el título en el baño de tu casa como elemento decorativo. Pero por suerte, en la vida la desdicha no es eterna y mágicamente el día menos pensado cuando estabas por envenenar su café, llega el tan esperado llamado que te anuncia el traslado de oficina. Nunca sentiste tanto alivio y tanta felicidad, flotas en el aire y te quedas congelada en un suspiro eterno ¡YES! finalmente la vida no era tan injusta contigo.
ja,ja,jaaa me encanto
ResponderEliminarY suelen tener preferencia por los hospitales.
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