11/2/11

EL PAÑUELO

Cuando era chica y me pegaba algún mamporro, mi abuela se acercaba, me tomaba de la mano y me llevaba hacia la escalera del patio. Luego se sentaba a mi lado y del bolsillo sacaba un pañuelito perfumado con colonia. Así con los ojos nublados por las lágrimas veía su mano extendida y un pañuelo apoyado en la palma. El perfume y el estampado floreado de ese pedacito de tela hacían que el dolor pase más rápido. Si no estaba el de la abuela, estaban los del abuelo, que siempre llevaba en el bolsillo del saco. Estos eran más grandes, con un trama de rayas que formaban un marco por dentro de los bordes y de colores sobrios, bastante aburridos.

Actualmente el pañuelo de bolsillo cayó en desuso, mi hija nunca vio uno y con toda naturalidad seca sus lágrimas con el famoso papel tissue, tan insípido, inodoro y descartable.

En las épocas de la infancia todos usábamos pañuelo, era una parte importante de la indumentaria. Las abuelas no salían de su casa sin guardarlo en el bolsillo o la cartera, siempre perfumado con colonia de aromas frutales o de rosas. Los días de semana optaban por los de estampado floreado con un ribete colorido, y para las celebraciones elegían los de seda o batista con puntillas y letras bordadas a mano. Cuando alguna de las mujeres de la casa lloraba a escondidas, el pañuelo estrujado dentro del puño siempre las delataba y era una parte esencial en la escena. Nunca faltaba un pariente que te los regalaba en los cumpleaños, navidades o la víspera de reyes, así que no teníamos que ir a la tienda para comprarlos.

Por las mañanas, antes de salir para la escuela, mi mamá me acomodaba el moquero en el bolsillo del blazer, sobre todo en los meses fríos. Durante los primeros años la maestra nos obligaba a limpiarnos con él, con bastante descuido lo guardábamos hecho un bollo en el fondo del bolsillo, y con el paso de los días se convertía en una pelota almidonada. Con el tiempo adquirimos mayor entrenamiento, usar el pañuelo correctamente era todo un arte. Había que aprovechar cada uno de sus rincones y plegar las partes mojadas para que no se vean los mocos cuando lo volvíamos a sacar. Cuando el llanto te tomaba por sorpresa nunca faltaba un amigo que te extendía su moquero. Ahí te dabas cuenta de cuanto le importabas. También era el contenedor de los dientes de leche que se caían fuera de casa o la venda para cohibir alguna hemorragia, sobre todo las de la nariz o de los cortes en las rodillas.

Ahora solo tengo algunos pañuelos de seda guardados en una lata dentro del ropero. Siempre están perfumados y los envuelvo en mi cuello en los días fríos. Mi hija los usas para jugar. Le encanta bailar con ellos, pasarlos por su pelo y su cara o usarlos para vestir a algún muñeco. Mientras la miro, pienso en ese pedacito de tela, que envuelve, abraza y abriga, un objeto de consuelo y cuidado amoroso, una curita pasajera para el alma. Será por eso que los extraño tanto. Tal vez todos deberíamos llevar un pañuelo perfumado en el bolsillo, como un recordatorio de que en alguno de esos momentos en que la vida dolió, alguien no dudó y nos cedió su pañuelo.

2 comentarios:

  1. Prima a mi me vino el vasito de plastico verde o azul que era telescopico, digamos que en su estuche media 25 mm. y sacando la tapa que en los modelos mas avanzados tenia una contra tapita para poner dos monedas, el vaso se podia levantar hasta los 80 mm. No derramaba nada. ¿Los pibes de ahora tendran maquinas tan sofisticadas?

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  2. Quien no se acuerda de ese vasito? yo también lo llevaba al jardín, un gran invento.

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